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jueves, 27 de mayo de 2010

Desaparición de Diego no debe bajar la guerra contra el crimen organizado

Hugo Páez
Diego puede ser un elemento de chantaje del crimen organizado para bajar la guerra de Felipe Calderón. Es una tesis que circula en la cúpula del gobierno federal, algunos de los miembros del gabinete abandonaron la posibilidad del secuestro por dinero.
El estatus de Fernández de Cevallos en la Procuraduría General de la República es: desaparecido, a pertir de un reporte de hechos que presentaron sus familiares. Eso significa muchas cosas y nada, además de que a petición de la familia la investigación está detenida.
La captura de personajes con el propósito de desinflar la guerra contra los carteles de la droga no es una operación nueva, la guerrilla colombiana asociada con el narcotráfico capturó a políticos y empresarios con ese propósito, en el caso del rancho de Querétaro el nivel habla de profesionalismo y alcances mas allá del dinero.
En la guerra emprendida por Felipe Calderón desde principios del sexenio los golpes han sido certeros, aun cuando analistas internacionales aseguran que existen preferencias de objetivos que benefician a un grupo criminal. En una guerra nunca vista corresponden reacciones nunca vistas, cuando menos no en México.
De haberlo asesinado en sitio, el crimen habría provocado un aumento en la presión al gobierno federal para intensificar la guerra, en cambio, la captura mantiene la esperanza de vida en una familia muy ligada al gobierno federal que pide cautela y el repliegue de las policías investigadoras.
No se si está en el cálculo de sus captores, pero una acción torpe del gobierno que derive en la muerte de Diego tendrá el pésimo gusto de ser explotada por los enemigos políticos de Felipe Calderón, bajo la sombra de viejas rencillas entre los dos políticos panistas, desencuentros que perviven frescos en las declaraciones de Fernández de Cevallos contra Cesar Nava, por los acuerdos pactados y violados, de no alianzas electorales con el PRD.
Años atrás, Calderón llamó públicamente vendido a Diego, y este respondió tachándolo de cobarde. Inmediato al plagio que se hizo público el sábado 15 de mayo, el presidente de la república reconoció las diferencias entre ellos. Bajo estas premisas y los diferencias que se fueron limando en el camino pero no cerraron, Felipe Calderón está obligado a cuidarlo al máximo, no solo se trata de un gran amigo, ex socio y mentor del Secretario de Gobernación, se trata de uno de los pocos panistas que aparece en asambleas o convenciones del partido y tira auditorios por aplausos y vitoreos.
De ser chantaje orquestado por el crimen organizado, la desaparición de Diego tiene el veneno del tiempo electoral y la exhibición de un gobierno incapaz de proteger a sus ciudadanos. El impacto mediático fue obstruido por Televisa, posiblemente en una decisión originada en el gobierno federal que estimó urgente contener un desbordamiento de información que expusiera la debilidad de las instituciones de seguridad pública e interna, bajo el argumento de no entorpecer negociaciones con sus captores.
El escenario menos peor es secuestro por dinero, pero según los expertos en el tema, los indicadores son extremadamente raros para ser tal, aun con la evidencia de la fotografía vendado, desnudo y con mensaje que registra una de sus expresiones favoritas, y por consecuencia abona autenticidad a la gráfica distribuida en internet.
Estaríamos viviendo el inicio de otra tragedia nacional si la desaparición del Jefe Diego corresponde a una estrategia del crimen organizado para doblar al gobierno federal. Implicaría blindar a candidatos, funcionarios, y políticos de primer nivel, muchos de los cuales ni siquiera aceptarían seguridad personal o sospecharían de ella. Esperemos que Diego aparezca uno de estos días enfundado en su puro, con una anécdota mas para sus nietos. Por el bien de México.

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