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miércoles, 20 de septiembre de 2017

Epicentro en el corazón del Tec de Monterrey

Hugo Páez

Regresé una tarde de verano, crucé el jardín, y me encontré con nuevos viejos rostros; el Tec de Monterrey me enseñó la libertad de ver, de imponer la negación como duda metódica, para seguir la ruta del viento.
Ayer vi lágrimas bajo los escombros, en esos nuevos rostros que encontré en el campus Ciudad de México, años después de enterrar los viejos libros de Frank Lloyd Wright, Miguel Ángel, y Barragán, para tomar las nuevas tecnologías detonadas por Graham Bell y Faraday, en el posgrado de Telecomunicaciones Siglo XXI.
En el racionalismo del ITESM, la trágica muerte de cinco compañeros debe ser aleccionadora, y motivo de estudio de lo que se puede evitar, tal vez no en estos momentos, pero el desconocimiento y la predicción causal no es perpetua.
El colapso del puente en el Tec se pudo evitar..? muy probablemente, aún con el sismo de 7.1 grados, igual que la tragedia del colegio Enrique Rebsamen, donde un perito estructural que revisó el sitio me habla de columnas dudosas, ojo, a primera vista, sin un análisis definitivo, sobre todo en un edificio de servicio al público.
La autoridad tendrá que deslindar responsabilidades.
Dormirse en los laureles de la confianza no es opción, después de un impasse de 32 años del temblor del 85, que relajaron una serie de medidas e inspecciones que abordaré en otro texto. La intensidad y continuidad de movimientos telúricos a partir de este 7 de septiembre, debe ser tema en nuestra casa de estudio.
No imagino a la academia desestimar la catástrofe del campus Ciudad de México. No lo imagino después del espíritu que me encontré al cruzar por primera vez la avenida Eugenio Garza Sada en Monterrey, hasta llegar al piso cuatro de Aulas Dos, con mis compañeros arquitectos, en convivencias con ingenieros de todo tipo, físicos, matemáticos, químicos, economistas, administradores, comunicólogos, literatos de letras españolas y lenguas inglesas, etcétera.
Siempre admiré del Tec el desafán de ser una cofradía, el abandono de la política, para no contaminar la vocación científico - tecnológica. Meses atrás, leí un texto de una activista de la Ibero, indignada porque en una visita al Tec, “no vio” el despliegue en muros y carteleras sobre una agenda política contestataria, o de algún tipo de activismo.
Bull shit, pensé, somos afortunados al mantener distancia, en contra de cualquier ortodoxo ‘bienpensante’ -es un decir-.
Esa libertad que nos mantiene al margen de la contaminación política, es el blindaje que hace atractiva la vida académica del Tec, es lo que persivo en el reencuentro con mis compañeros arquitectos, todavía se exhala eso, a pesar de estar altamente politizados.
Todas esas comuniones de grupo que hemos tenido en varias ciudades, Paty Zertuche, Sergio Iturribarria, Eugenio Enriquez, Martha Montemayor, y Parás, Kitty Lee, Mary Meyer, Abdo Asper, Chuma Rivera, Oscar Cadena, Tere Rangel, René Flores y Ernesto Lozano, son extraordinarias vivencias del presente, conectadas con el pasado, que en la línea de tiempo nos muestran un México sobreviviente, potencialmente extraordinario, pero amarrado a una realidad herida y pobre.
El ex rector David Ramírez Padilla nos quedó a deber el reclamo firme y sostenido por el asesinato el 19 de marzo del 2010, en la administración de Felipe Calderón y el general Guillermo Galván, de los jóvenes Jorge Mercado Alonso y Javier Arredondo Verdugo en el campus Monterrey, a manos del Ejército, en un infame operativo que trató de desacreditarlos, mediante la difusión de falsa identidad como sicarios, además de esconder las credenciales escolares, y extraviar sus cuerpos, hasta que los padres investigaron con todos los obstáculos en contra. Vergonzoso, pero así fue el silencio, con apenas unas tibias manifestaciones, presionados por cientos de estudiantes.
Lo ocurrido en el campus Ciudad de México es de otra naturaleza, una tragedia accidental, con muchos elementos para la reflexión e investigación, habrá que esperar que el rector David Garza Salazar asuma ese espíritu del que fuimos empapados, y que en algún momento Leonardo Quintanilla, desde la dirección de Arquitectura nos decía: “Me urge que se gradúen, a ustedes los hice muy contestatarios”.
Un gran abrazo para los hermanos de alma mater, y una caricia al corazón de las familias de los que partieron.

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